Dicen que la vida se mide en experiencias; hay unas más dignas de ser recordadas que otras pero, al fin y al cabo, todas ellas nos han ido formando. El intercambio a Estados Unidos con el instituto de Rocky River, en Ohio, ha sido nuestra gran experiencia del año.
Apenas nos lo podíamos creer cuando nos dieron la gran noticia: ¡un intercambio con Cleveland! ¿De verdad nos estaban ofreciendo tal oportunidad? Y, efectivamente, no se trataba de ninguna broma: antes de que nos diéramos cuenta, ya estábamos con los nervios en punta y las maletas preparadas para un frío que nuestros padres consideraban iba a ser glacial.
Aquel primer día sería largo: teníamos un vuelo de ocho horas hasta Nueva York y, una vez ahí, deberíamos coger un pequeño avión hasta el aeropuerto de Cleveland, lugar donde las familias nos recogerían. Sin embargo, una vez aterrizamos en el JFK (NY), la lluvia y el viento ya nos adelantaban los inesperados acontecimientos: vuelo a Cleveland cancelado.
Así que ahí estábamos, hechos un cuadro: diecisiete alumnos y dos profesores, con unas tarjetas de embarque totalmente inservibles y un considerable jet lag pesando sobre cada uno de nosotros.
Fueron horas y horas de espera en ese aeropuerto de Nueva York. Cualquiera que viese el panorama se habría contagiado de nuestro abatimiento. Francamente: el día consistió en mala noticia tras mala noticia. Pero finalmente, y gracias a una empleada muy, pero que muy paciente, conseguimos hacernos con una nueva alternativa; eso sí, nuestro nuevo vuelo saldría en dos días.
Aquella horrible jornada, sin embargo, se vio compensada. ¿Acaso íbamos a quedarnos encerrados en el interior del aeropuerto de Nueva York durante dos días, sin conexión a internet y durmiendo por los pasillos? Si íbamos a perder ese preciado tiempo de nuestro intercambio, al menos deberíamos sacarle el máximo partido a la situación. Y, a raíz de ello, muchos vimos cumplido nuestro gran sueño: al fin conocimos la famosa y espectacular “Gran Manzana”.  
 
Times Square, Central Park… Después de patearnos parte de esta maravillosa ciudad y de absorber todo lo que nos fue posible de ella, por fin volvimos a encarrilarnos. Con dos días de retraso, desde luego, pero pisamos Cleveland de todos modos y nuestras respectivas familias nos acogieron con los brazos abiertos de igual manera.
A partir de ahí se podría decir que todo fue sobre ruedas: cada uno de nosotros tendrá experiencias diversas que contar y opiniones diferentes que aportar, pero lo cierto es que, haciendo un recuento general, tuvimos mucha suerte con el grupo de americanos que nos tocó.
¿Por qué no empezamos por aquello que nos pareció (en cierto modo) chocante? ¿Qué tal el hecho de que la mayoría de ellos condujera? ¿O que todos tuvieran un trabajo por el cual ganaban su propio sueldo? Por no hablar de su instituto a lo High School Musical, sus comidas a las once de la mañana y sus cenas a las cinco… Las diferencias entre ambos países, aunque no descomunales, se hicieron patentes, y es de esperar que ellos lo noten cuando nos visiten.
Apodados ya como los “españolitos”, nos movimos por la ciudad de Cleveland para ver su museo de arte y el increíble Rock n’ Roll Hall of Fame. Visitamos las cataratas del Niágara y tuvimos la oportunidad de pasar a escasos metros de ellas a bordo de un barco (una excursión preciosa, a pesar de acabar tan empapados como si acabásemos de salir de la ducha), asistimos a un partido de la NBA (Cleveland Cavaliers vs Orlando Magic), fuimos a un baile del instituto… Y comimos, por supuesto.
La vida del estudiante ahí distaba un poco de la nuestra, como pudimos comprobar uno de los días, consistente en acompañar a nuestros respectivos estudiantes durante sus clases. Siempre seguían un mismo horario, lo que les dejaba con la misma estructura y distribución de asignaturas todos los días. Para ellos era perfectamente normal tener el móvil a plena vista o traerse un termo con café o algún snack para las clases (o incluso asistir al instituto envuelto en una acogedora manta). Por no hablar de las infraestructuras, claro: dos gimnasios enormes, pistas de fútbol americano y lacrosse, piscina, un auditorio, salas de estudio, una enorme cafetería… Como he dicho antes, un instituto a lo High School Musical; solo le faltaba la gente bailando y cantando.
Con todo esto que he contado, que tan solo representa una mínima parte de la realidad que nos supuso, resultan comprensibles nuestras ganas nulas de regresar a España pasados los nueve días (siete, descontando los de Nueva York). Sin embargo, esa despedida no era definitiva, y lo sabíamos: ahora les toca a los “americanitos” venir a visitar nuestro país en junio, y haremos todo lo que esté en nuestras manos para que ellos tampoco quieran marcharse una vez haya transcurrido la semana. Eso sí, esperemos que ellos no se queden atrapados en Nueva York.
Para finalizar, me gustaría dar las gracias en nombre de todos los estudiantes del IES Federico García Lorca por este viaje que tanto hemos disfrutado. Gracias a nuestras familias americanas por tratarnos como a uno más durante nuestra estancia ahí. Gracias a los profesores del instituto de Rocky River por hacer esto posible y, sobre todo, gracias a José y Dori por hacerse cargo de diecisiete adolescentes con las hormonas revolucionadas: sabemos que no es tarea fácil.
Lo único que me queda por añadir, pues, es:
¡Nos vemos pronto, “americanitos”!

Ana Sánchez Malmierca